Servando Cano Lorenzo

Natural de Arbellales, Somiedo (Asturias). Estudios de Humanidades, Filosofía y Teología en el Seminario de Oviedo, Lic. en Ciencias Políticas y Sociología, Lic. en Ciencias Sociales por el Instituto Católico de París. Cursos de Sociología en la Sorbona bajo la dirección de Alain Touraine. Cursos de Doctorado en la Universidad de Oviedo. Profesor de la Universidad de Oviedo durante varios años. Ganador en dos ocasiones del Premio Internacional de Cuentos Lena, Primer Premio de Ensayo Literario de la Fundación Europa Universitas con el trabajo Vejez y espacio o cuando los nenúfares callan. Colaboraciones en el diario La Nueva España. Diversas publicaciones en el campo del análisis político y sociológico sobre vejez, la infancia vulnerable y los jóvenes de enseñanzas medias. En 2009 es ganador del Premio Internacional de Poesía Ateneo Jovellanos de Gijón con el poemario La lengua del mirlo. Premio de Poesía Ciudad de Salamanca 2018 con el libro Piel de trigo publicado en la Editorial Versos de Cordelia.

Sus libros

El río para verte no va al mar

12.00

El libro está escrito durante el confinamiento de la Covid-19 que supuso una clausura del cuerpo: no podíamos dar un abrazo, un beso, posar la mano en el hombro de un amigo o
visitar a un familiar enfermo. El libro es una reivindicación del cuerpo: me detengo en el verde silencio de tus ojos y mi corazón es una liebre acorralada por la luz. El cuerpo no habla y nos vamos quedando sin lenguaje. La naturaleza que es el lugar originario de lo humano es el espacio semántico desde donde se construyen los poemas. Necesito un rostro para seguir amando el mundo, un río que fluya incesante, un pájaro para sentirme libre, un abedul con nieve. Una brisa de nostalgia recorre las ramas del poema y mece las hojas del deseo de otra piel, como si el poema tuviera dedos en vez de palabras en una escritura no gramatical. El poemario es una lectura sacramental del mundo que busca el último sentido de lo humano en el cálido lenguaje de las cosas pequeñas.
Yo pondré cada mañana arroyos en tu piel
para que podamos beber el agua de la vida,
en la pura desnudez del río