ESPERANDO A MONTGOMERY nos permite, por un lado, rememorar una literatura que cabría definir como «literatura de la espera», donde sobresalen obras capitales como Esperando a Godot, El desierto de los tártaros o El coronel no tiene quien le escriba.
Pues bien, en su nueva novela, Fonseca nos mantiene divertidamente expectantes ante la demorada llegada de una ilusión: un figurado director de cine llamado Montgomery.
Por otra parte, y en un alarde de imaginación, la novela —periplo fantástico, tras los pasos del espectro de Edgard Allan Poe, que a la postre no es más que el espectáculo ofrecido por la médium norteamericana Lizzie Doten en el teatro Filarmónica— nos presenta la fantasiosa existencia de un grupo de inventados personajes que representan a los miles y miles que, habiendo sido llamados para formar parte de una novela o un cuento, quedaron relegados al olvido por descarte del escritor que los había pergeñado.
A éstos, Fonseca los denomina «personajes nonatos», y en torno a ellos el autor crea una historia de mágicas consecuencias.
Para nuestra sorpresa, entre esos desechados encontraremos al irrelevante personaje de Bioy Casares llamado, precisamente, Fernandito Fonseca, con lo que el autor pasa a formar parte igualmente de tan peculiar elenco. Toda una pirueta literaria, tan
sorprendente como divertida, de amenísima lectura servida con el estilo inconfundible de Fernando Fonseca.
Habitar la belleza. Testimonios de una vida en el campo se propone como reflexión sobre las distintas formas de habitar la aldea, en contacto con la Naturaleza y con la cultura que la ha transformado. Los autores aquí reunidos tienen en común que proceden de un medio urbano y han buscado en el campo un lugar de inspiración, una forma de vida, un ritmo vital distinto al que ofrece la ciudad. A través de estos relatos quedan definidas algunas formas de vida, observaciones, experiencias y reflexiones críticas, que sirven para comprender al nuevo habitante rural. La percepción que este tiene del espacio, es necesariamente distinta de quienes han nacido y planificado su futuro inmersos en una economía y en unas formas de vida agrarias. Los autores aquí reunidos, desarrollan actividades que no guardan relación con las del campesino tradicional, sus intereses difieren también de aquellos que desempeñan trabajos agropecuarios, más o menos intensivos e industrializados, en explotaciones concentradas en los márgenes de las aldeas o dentro de ellas. Comparten con el campesino el territorio y los ritmos de la Naturaleza, pero su punto de observación es otro. Esto permite comprender otras realidades y analizar la cultura rural desde nuevos horizontes.
Es preciso dar puntada sin hilo de vez en cuando, entender que no siempre es necesario ser el traje a medida de las aspiraciones de los otros, que vivir puede ser más bonito, como coser y cantar desafinado, como zurcir y bailar a pespuntes arrítmicos, desafiar los patrones establecidos, rediseñar los contornos, renunciar a las modas, los modales impuestos
Es preciso brillar en la rareza, abrazarnos las taras, fruncirnos la sonrisa en los desfiladeros de los labios, hilvanarnos con otros y con otras para entender por fin todos los dobladillos que escondemos debajo del pellejo, los remiendos, que urgentes, nos mantienen el alma de una pieza.
La diferencia, lo excepcional, lo extraño es pura artesanía, el oficio de un sastre, amar la particularidad de la textura que ofrece cada tela, hacer de los retales desechados algo hermoso, meterse en un telar si es necesario, tomarle la medida a la esperanza…y todo lo demás es tan impersonal, tan uniforme y normativo como una producción en cadena. Este poemario es un cúmulo de errores, un inventario de tropiezos, un alegato a favor de la imperfección.
«Porque soy un manojo de llaves
frente a la puerta equivocada.
Escribo porque… tú,
porque llamé y abriste”.